El tercer día comenzó un poco tarde. Tuve que arreglar unas cosas en el hotel debido a la reserva fallida por Internet y de ahí me quedé a mandar unos correos y avanzar algunas cosas del trabajo. Hoy fui decidido a sacar al consumista que vive en mí, de paso que iba al vecindario con mayor presencia judía de la ciudad. Si mal no recuerdo, Buenos Aires es la ciudad sudamericana donde hay más judíos. De hecho, sólo en Nueva York había visto a esos judíos ortodoxos que usan sombrerito y barba. Obviamente, una población tan grande genera sus propias necesidades, por lo que no es raro encontrar restaurantes que cumplen con sus preceptos religiosos (¿recuerdan? El Antiguo Testamento contiene esas normas)… esto se aplica más para el caso de los judíos ortodoxos, que son los que siguen estas normas alimenticias (kosher) al pie de la letra… pero de aquí a encontrar un McDonald’s Kosher!!!!... bueno, en el Centro Comercial (Shopping) Abasto había uno de ellos. Aquí está la prueba para que me crean (no mamá, no comí aquí… yo no sigo el kosher.. jajajaja):
Haciendo un paréntesis, vi en Internet que McDonald’s se adapta al mercado donde proviene... incluso en la India donde está prohibido comer vacas hacen hamburguesas de otras cosas (¿acaso será roedor?). Así que la existencia de restaurantes como esos no es tan rara después de todo.
Al final, luego de deliberar sobre si comprar algo o no, me decidí por un par de cosas. Para cuando regresé de comprarlas, ya era hora de almuerzo. En mi anterior estadía en Buenos Aires (de poco menos de 3 horas), el taxista que me llevó entre los 2 aeropuertos me recomendó un restaurante llamado “Siga la Vaca”, que es un buffet de parrilla argentina. El dichoso restaurant también es franquicia, y de hecho me pareció raro verlo en el DF… pero bueno, el caso es que el sitio ese queda en Puerto Madero… lugar “por donde penetrará la Europa Civilizada llenando a estas tierras de hijos, generando progreso infinito y cultura” (o algo parecido). Por lo menos eso decía en una de esas cosas que están para que lean los turistas… citando una frase del siglo XIX. Me puse elegante (no, con corbata no… un polo con cuello bastaba), tomé el subte, y luego de perderme en la estación Independencia, salí a unas 10 cuadras del restaurant y llegué caminando. Una vez ahí, tuve que esquivar a miles de gringos, ingleses y brasileños para poder conseguir un sitio. Por 31 pesos ($10) puedes comer todo lo que desees. Tienen una selección de carnes de res, pollo, cerdo y cordero, además de un salad bar y papas fritas para quien desee. Te dan a elegir entre agua, gaseosa, cerveza y vino... y al final un postre entre su variada selección. Como hoy me sentía consumista y estaba en Argentina, pedí un vino.
La mayor parte de la selección de carnes la había probado antes en mis aventuras gastronómicas en Lima… excepto dos: el matambre y el cordero patagónico. El primero no me gustó nada, la carne venía pegada a un trozo de grasa y encima parecía chicle. La dejé. En cuanto al pobre cordero, luego de una larga travesía desde Europa hasta la Patagonia (el cordero no es originario de América, para los que no saben) y su reproducción por cientos de años en la región, ha tenido que sobrevivir lo duro del clima, los ataques de los Selk’nam (que al final terminaron extintos en vez del cordero)… para al final terminar asesinado y servido en un buffet lleno de turistas. Supuestamente, la forma de preparación del animal muerto le da un gusto especial… además que el nombre “Cordero Patagónico” es de por sí interesante. Decirle a tu familia y amistades “comí Cordero Patagónico” suena mucho mejor y más postmoderno, globalizado, etc… que decir “comí cordero”. Lo mismo con el té, pero de eso hablaré otro día (para un adelanto, no es lo mismo tomar un té cultivado orgánicamente en los fértiles campos de Sri Lanka o las llanuras de Myanmar que tomar té Huyro… que poco sofisticado).
Luego de la digresión sobre una engendro lanudo que seguramente no leerá esto, al final vencí mis remordimientos y me lo comí… además de toda la carne de res que no había comido desde que salí de Perú la primera vez (recuerden que vivo con una señora naturista que solo come carne una vez por semana). Las carnes, muy buenas, al igual que las ensaladas… de hecho me recordó al Golden Corral por su variada selección. Saliendo del restaurante, regresé caminando al hotel (que según Google Earth queda a 2.5 km) caminando por Puerto Madero. Anteriormente dije que es un lugar “por donde penetrará la Europa Civilizada llenando a estas tierras de hijos, generando progreso infinito y cultura”. Bueno, en realidad no es un puerto sino un canal donde hay edificios a ambos lados. En una orilla están las antiguas edificaciones de ladrillo donde se guardaban los cereales a exportar (que ahora contienen restaurantes y departamentos), mientras que en la parte del frente hay edificios bastante modernos que contrastan con todo lo antiguo que se encuentra al otro lado. De hecho, los edificios nuevos están construyéndose ahí… como intentando devolver a la capital el impulso en términos de innovación que alguna vez tuvo. Realmente el contraste es increíble. En un lado están los edificios de 3M, el Hyatt y unos complejos de oficinas, mientras que al otro lado se puede ver el edificio de la Aduana, la secretaría de telecomunicaciones y la bolsa de valores… todos con un estilo arquitectónico de inicios del siglo XX que pocas ciudades se pueden jactar de tener… dicen que el porteño es creído, y creo que algo de razón tienen en creerse por el solo hecho de vivir ahí.
Al terminar el día, fui a la calle Alvear, siguiendo con la onda consumista que me caracterizó ese día. Ahí están las tiendas más fashion del planeta: Armani, Ermenegildo Zegna, Ralph Lauren (ojo, no Polo Ralph Lauren), Louis Vuitton, etc. (no, Pierre Cardin nunca fue fashion… Topy Top tampoco). Una vez en la tienda Armani, decidí que valía la pena dormir en la entrada de una estación de metro durante un par de meses si me compraba una casaca. Sin embargo, haciendo cuentas descubrí que tendría que dormir en una vivienda precaria por lo menos 6 meses… caballero nomás salí con mi cara de “vuelvo más tarde pero en realidad no regresaré nunca”… aunque si ahorro un dólar diario quizá pueda comprármelo al cabo de 2 años.
En un post anterior comenté que mi cara hacía ver a los locales que no era porteño. A lo largo de la calle Florida y Corrientes, unos caballeros y algunas señoritas bastante agraciadas dan volantes como estos a jóvenes y adultos inocentes e indefensos como yo:
Esto ocurre también en otras capitales (como Montevideo y Lima)… ¿¿¿pero tanto??? Hasta el día de hoy me han dado N papelitos, y seguramente seguirán dándomelos mañana. Como dije, Argentina es famosa por sus carnes... y en este caso no me refiero a la de res ni al tan mentado cordero patagónico.
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