El día comenzó como cualquier otro. Mi papá se había ido a trabajar, prometiendo regresar temprano para tomarnos fotos. Esperé que llegara... fuimos a comprar el boleto del autobús y posteriormente partimos a hacer lo que teníamos que hacer. Justo en plena sesión fotográfica, mi papá recibe una llamada de Lima: un negocio que yo había estado esperando desde diciembre del 2006 estaba a punto de concretarse. Lo peor de todo eso es que tenía que llenar una serie de papeles y enviarlos por correo. De más está decir que eso arruinó los planes que teníamos para mis últimas horas: de comer comida árabe en un sitio bonito pasamos a comer (cada uno por su cuenta) comida de la tienda mexicana. Encima que la premura del tiempo hizo que me estresara más de la cuenta y tenga algunas reacciones inapropiadas que, obviamente, no fueron tomadas a bien.
El caso es que esa reacción mía llevó posteriormente a una de las conversaciones más profundas que haya tenido en mucho tiempo con mi padre. Mientras escribo esto en un pasillo del aeropuerto esperando el avión que me llevará a Lima, creo que quizá no me haya portado bien. Es cierto que ese tema de negocios podría representar un dinero extra (que nunca está de más), pero también es cierto que no suelo ver muy seguido a mi padre... la última vez que lo ví en persona fue el 2005 y todo el camino de vuelta estuve pensando en ello. Definitivamente, no fue la mejor forma de terminar ese viaje.
Todo esto disminuyó la importancia de otras cosas que ocurrieron en este último día, como el hecho que me encontré con una peruana en el bus (vivía en Aruba) y el taxi me salió a mitad de precio, así como el hecho que hace un año llegué a Santiago para estudiar.
jueves, 19 de julio de 2007
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