sábado, 13 de octubre de 2007

Bogotá

Todas las comparaciones son odiosas, pero si tuviera que compararla con algún sitio que conozco, lo haría con Lima. Pero una Lima con más árboles, espacios para caminar (el fin de semana), una vida nocturna infinitamente más activa y variada, bastante lluvia y con algunos aspectos que me recordaban a finales de los 80s e inicios de los 90s (p.ej. el hecho de no poder tomar fotos al palacio presidencial o la existencia de la tienda Tía). No pude conocer todo lo que me hubiese gustado, pues estaba encerrado en la convención de nerds y mis incipientes planes de hacer turismo fueron saboteados por una fuerte lluvia.

No obstante, pude hacer varias cosas, que menciono en desorden:
  • Fui al mirador de Montserrate, desde donde se tiene una espectacular vista de la ciudad.
  • El museo de Oro... la sofisticación de las piezas no era tanta como en el Perú (si, se me salió lo nacionalista). Pero la barquita que está en el tercer piso superó enormemente todas mis expectativas. Lástima que la foto no haya salido tan bien.
  • Pude caminar un domingo por las calles del centro (Cra 7a), que es cerrada para que la gente recobre el espacio público. Me entretuve con las estatuas humanas y los diversos espectáculos que hay para el transeunte.
  • El museo de Botero: algo que merece verse. Muy buena colección, incluso para mí que de arte se tanto como de microbiología.
  • El centro de la ciudad, donde me gané con una grabación de una novela de época y de esta espectacular vista del cielo antes de una tormenta.

Y bueno, como dirían los gringos, last but not least: la gente. Es muy amable y siempre están dispuestos a resolver todas tus dudas. Encima el tono con el que hablan les da cierto aire especial. Si ahora disfrutan de la vida pese a todos los problemas internos que tienen, quisiera poder estar ahí una vez que se arreglen.
Conforme voy conociendo más de esta parte del mundo, poder hablar y ver a la gente, me doy cuenta que al final todos tenemos los mismos problemas y la misma ilusión de poder superarlos algún día, sin importar el himno nacional que cantemos.

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